En su segunda conversación telefónica desde que llegó a la Casa Blanca en enero, Biden llamó este jueves por la noche al presidente chino, Xi Jinping, para reconducir las malas relaciones entre ambos países. Tras varios años de desencuentros por la «guerra comercial» abierta por Trump, la pandemia del coronavirus no ha hecho más que agrandar sus diferencias políticas. Con la tensión creciente en el mar del Sur de China, Taiwán y, ahora, Afganistán, de fondo está la rivalidad entre las dos mayores potencias del mundo, una emergente y otra en declive, en una suerte de «Nueva Guerra Fría».
En medio de un clima cada vez más enrarecido, ambos dirigentes han conversado por teléfono durante una hora y media para asegurarse de que esa «competencia» no derive en un «conflicto», según recoge la agencia France Presse citando la versión de la Casa Blanca. Por su parte, la agencia china de noticias Xinhua informa de que Biden y Xi mantuvieron «una comunicación amplia, sincera y profunda» e «intercambios sobre las relaciones bilaterales y los asuntos relevantes de interés común».
Durante la llamada, el presidente de Estados Unidos confió en que «la dinámica siga siendo competitiva y no tengamos ninguna situación en el futuro que nos lleve a un conflicto no intencionado». Tal y como explicaron funcionarios de la Casa Blanca a AFP, Biden habló con Xi para «manejar de forma responsable» esta competencia y que las acciones de Washington no sean malinterpretadas por Pekín. A tenor de los medios estatales chinos, Xi se quejó de que la política de la Casa Blanca sobre China había provocado «serias dificultades» en la relación bilateral e insistió en que recuperar esos lazos «es crucial para el futuro y el destino del mundo».
Con esta intervención directa, Biden se involucra personalmente en las relaciones con China después de dos intentos diplomáticos que acabaron en sonados fracasos. El primero fue la bronca que protagonizaron en marzo en Alaska el secretario de Estado Antony Blinken y el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, con el jefe de la diplomacia china y miembro del Politburó, Yang Jiechi, y el titular de Exteriores, Wang Yi. Ante los periodistas, los cinco minutos de saludos protocolarios se convirtieron en un duelo dialéctico en cuanto los estadounidenses mencionaron los espinosos asuntos de Hong Kong, Xinjiang, Tíbet y Taiwán. De inmediato, los chinos respondieron con la ferocidad que está caracterizando a los «lobos guerreros» de su antes tranquila diplomacia, lo que fue celebrado con euforia en las redes sociales por los círculos más nacionalistas. También fue tensa, o al menos infructuosa, la visita a Tianjin en julio de la subsecretaria de Estado Wendy Sherman.
Por su parte, el reciente viaje del enviado estadounidense para el cambio climático, John Kerry, parece haber desatascado algo la relación con China, que liga su colaboración en este campo con la mejora en otros asuntos bilaterales.
Tirando de su relación personal con Xi Jinping, a quien trató con frecuencia cuando era vicepresidente con Obama, Biden no ha dudado en llamarlo para mejorar sus relaciones. Tal y como recordó en una entrevista con la televisión CBS en febrero, «he tenido 24 o 25 horas de encuentros privados con él desde que era vicepresidente y he viajado 17.000 millas con él. Lo conozco bastante bien».
Sobre la mesa están, además de sus divergencias ideológicas y comerciales, asuntos peligrosos para la estabilidad mundial como las reivindicaciones territoriales en el mar del Sur de China y la reclamación de Taiwán, la represión en Hong Kong y Xinjiang y, ahora, el nuevo escenario que se dibuja en Afganistán tras la retirada de EE.UU. y la llegada de Pekín.