Conmemorando los 73 años de su fundación por parte de Kim Il-sung, abuelo del actual dictador, Corea del Norte celebró la pasada madrugada uno de sus habituales desfiles militares. Pero, al contrario que en otras ocasiones, esta vez no hubo un enardecido discurso de su caudillo, Kim Jong-un, ni se mostraron armas nuevas. Sí fue, en cambio, de noche, al igual que en octubre del año pasado, cuando se festejó el 75.º aniversario del Partido de los Trabajadores.
Tanto entonces como el pasado mes de enero, cuando hubo otra parada militar nocturna tras el VIII Congreso del Partido, desfilaron nuevos tipos de misiles submarinos e intercontinentales, capaces estos últimos de llegar, en teoría, a Estados Unidos. Con dichos cohetes, el régimen comunista de Pyongyang daba su particular bienvenida al presidente Joe Biden, quien tomaba posesión varios días después. Si en ese momento le convenía a Kim Jong-un enseñar su arsenal, parece que ahora no.
Con EE.UU. retirado vergonzosamente de Afganistán ante el auge cada día más palpable de China, se abre una nueva oportunidad para desbloquear las conversaciones de paz y desarme nuclear con Corea del Norte. Tras la desbandada de las tropas americanas de Kabul y el regreso de los talibanes con la bendición diplomática y económica de Pekín, Biden debe de estar ansioso por lograr algún éxito internacional. Y Pyongyang, que siempre ha jugado muy bien sus cartas, debe de saberlo también y ha preferido no echar más leña al fuego.
Con un aniversario no redondo por celebrar y la sombra del coronavirus, que ha hundido la frágil economía norcoreana y amenaza con otra hambruna, era mejor celebrar un desfile de perfil bajo, al menos para los grandilocuentes estándares de este régimen. Abandonando el tono belicoso de otras veces, no hubo una ostentosa exhibición de armamento y el desfile fue protagonizado, en su mayor parte, por los Guardias Rojos Trabajadores y Campesinos, una organización de defensa civil que moviliza a casi seis millones de personas, casi un cuarto de la población.
Además de durar menos de lo habitual, parece que solo una hora, el desfilo tampoco contó con las ya tradicionales arengas de Kim Jong-un. Aunque el joven dictador sí estuvo presente en el palco de la Biblioteca de Pyongyang, que preside la enorme plaza de Kim Il-sung, el discurso lo dio Ri Il-hwan, el jefe de la propaganda. «El Gobierno de la república defenderá firmemente la dignidad y los intereses fundamentales de nuestro pueblo, y lo resolverá todo a nuestro modo y con nuestros propios esfuerzos sobre el principio de la autarquía y el desarrollo propio bajo cualquier circunstancia», proclamó Ri, según informa la agencia estatal norcoreana KCNA.
Aunque la hermética Corea del Norte es siempre difícil de predecir, Kim Jong-un parece rebajar la tensión con esta parada militar a pequeña escala y sin hacer alarde de sus «juguetitos» militares. Lo mismo hizo la última vez que conmemoró la fundación del país, en 2018 para el 70.º aniversario, cuando tampoco mostró sus misiles intercontinentales porque solo tres meses se había reunido con Donald Trump en su primera cumbre en Singapur. Al igual que entonces, este nuevo gesto puede reabrir el estancado diálogo entre EE.UU. y Corea del Norte.