Durante el primer mes del año, como parte de una tradición que se conoce como “enero seco”, millones de estadounidenses se comprometen a evitar el alcohol durante 31 días a fin de desintoxicarse de los excesos de las fiestas navideñas.
El alcohol es la droga más consumida en el mundo, incluyendo Estados Unidos.
En 2020, casi el 70% de las personas mayores de 18 años en Estados Unidos afirmaron haber consumido una bebida alcohólica durante el año anterior, según la Encuesta Nacional sobre Salud y Consumo de Drogas. Además, el 24% de las personas declararon haber bebido en exceso —definido como cuatro o más bebidas en cada ocasión en el caso de las mujeres, y cinco o más bebidas por ocasión para los hombres— durante el mes anterior.
La pandemia de COVID-19 provocó cambios importantes en el consumo de alcohol. Una muestra representativa a nivel nacional descubrió que, aunque el número de personas que declararon haber bebido en el último año se mantuvo constante de 2019 a 2021, el número de personas que consumen alcohol todos los días aumentó del 6.3% al 9.6%.
Debido en parte a que el alcohol es una sustancia consumida de manera tan regular, fuertemente comercializada y glamorizada en la cultura popular, la tolerancia y aceptación de su uso cotidiano es notablemente alto entre los estadounidenses. Pero, ¿debería ser así?
Mis investigaciones se enfocan en el consumo de alcohol y la relación que existe entre la bebida y una amplia gama de problemas. Aunque la creciente epidemia del consumo de opioides ha recibido mucha atención en los años recientes, el número anual de muertes atribuibles al alcohol es es similar al número total de muertes anuales por sobredosis de drogas, y ambos han aumentado rápidamente en los años recientes.
¿Cuál es el problema con el consumo moderado de alcohol?
En las dos últimas décadas, respaldada por evidencias preliminares y limitadas, se ha popularizado la idea de que el consumo moderado de alcohol puede ser beneficioso para la salud. Esto generó la noción generalizada en los medios de comunicación masiva de que una copa de vino tinto al día reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares y diabetes.
Pero muchos de los estudios utilizados para respaldar la afirmación de que un vaso de vino tinto es bueno para la salud tenían un defecto importante. Comparaban a los que beben en niveles moderados con personas que no consumen nada de alcohol, en lugar de comparar a los que beben mucho con quienes lo hacen en niveles más bajos.
Hay muchas razones por las que las personas que beben en niveles moderados pueden ser fundamentalmente diferentes —y más sanas— que las que no beben en absoluto. Por ejemplo, muchas personas que desarrollan enfermedades no relacionadas con su consumo de alcohol dejan de beber, lo que hace que el grupo de los abstemios parezca menos sano que el de quienes consumen alcohol en niveles bajos o moderados.
En 2018, los Institutos Nacionales de Salud iniciaron una prueba controlada aleatorizada a gran escala —el estándar por excelencia para entender las relaciones causales— a fin deinvestigar los beneficios del consumo moderado de alcohol.
Esta prueba se diseñó para detectar los beneficios cardiacos de consumir una bebida al día, aunque no iba a poder identificar las consecuencias negativas del consumo moderado de alcohol, como el aumento del cáncer de mama. Debido a su incapacidad para detectar los daños conocidos que se relacionan con el alcohol y a la preocupación de que el estudio estuviera cofinanciado por la industria del alcohol, la prueba fue suspendida a los pocos meses.
Cómo se relaciona el alcohol con el cáncer y otros padecimientos
Gracias a los grupos de cabildeo de la poderosa industria del alcohol es posible que se minimicen los riesgos de beber alcohol y se exageren sus beneficios. Existen numerosos problemas ampliamente reconocidos con el consumo de alcohol, incluso a niveles moderados que probablemente superan cualquier beneficio potencial.
El alcohol es la tercera causa de muerte prematura en Estados Unidos y una de las principales causas de muerte por riesgos modificables en todo el mundo, pese a lo que recibe muy poca atención de los medios de comunicación y en las políticas públicas. De manera preocupante, el número de muertes atribuidas al alcohol aumentó un 25% entre 2019 y 2020 —un aumento más rápido que el alza porcentual de todas las muertes —de 17%— durante el primer año de la pandemia de COVID-19. Estos aumentos fueron más rápidos para las personas de entre 25 a 44 años.
La prevalencia deltrastorno por consumo de alcohol a lo largo de la vida —definido como el deterioro de la capacidad para detener o controlar el consumo de alcohol pese a las adversas consecuencias sociales, laborales o a la salud— es casi del 30%. En otras palabras, casi un tercio de la población se ha visto gravemente afectada por la bebida en algún momento de su vida.
El consumo de alcohol, incluso a niveles bajos, está relacionado con varios tipos de cáncer, como el de mama, colorrectal, hígado y esófago. El alcohol contribuye aproximadamente a 75,000 casos de cáncer y 19,000 muertes por cáncer al año. Además, un estudio reciente reveló que más del 50% de los adultos estadounidenses desconocen los riesgos relacionados con el cáncer del consumo de alcohol.
El alcohol también causa una serie de graves daños a terceros, muchos de ellos relacionados con la violencia. Entre ellos se incluyen un mayor riesgo de maltrato infantil, abusos físicos, violencia de pareja, agresiones sexuales y ataques con armas de fuego. Las muertes por accidentes de tráfico relacionadas con el alcohol en Estados Unidos aumentaron un 14% hasta 11,654 en 2020, tras varias décadas de disminución.
Disparidades en las consecuencias relacionadas con el alcohol
Los efectos del alcohol no afectan a todos por igual: los más vulnerables entre nosotros sufren las mayores consecuencias. En Estados Unidos, las personas negras y latinas que beben sufren un mayor número de consecuencias sociales derivadas del consumo de alcohol que las personas blancas que beben, especialmente entre los grupos que consumen alcohol en niveles bajos. Estas consecuencias incluyen discusiones o peleas, accidentes y problemas laborales, legales y de salud.
Además, los estudios demuestran que los adolescentes que declaran tener una orientación sexual minoritaria tienden a empezar a beber más jóvenes y, cuando son adultos, continúan bebiendo en exceso con más frecuencia. Estas diferencias en los problemas relacionados con el alcohol entre personas con el mismo nivel de consumo contribuyen a otras disparidades en muchos otros temas de salud para estas poblaciones.
Aumentar los impuestos y la edad de consumo podría contrarrestar los daños
Estados Unidos podría tomar varias medidas en términos de políticas públicas para reducir los costos del consumo de alcohol. Una política que ha demostrado su eficacia incluye el aumento de los impuestos especiales al alcohol, que son impuestos selectivos a la venta de alcohol. Otras políticas que han demostrado su eficacia son las restricciones en el número de tiendas que venden alcohol, las restricciones a las horas de venta y el aumento de la edad legal mínima para consumir alcohol de los 18 a los 21 años. Aunque actualmente la edad legal mínima para consumir alcohol en Estados Unidos es de 21 años, antes de 1984 la edad mínima para poder consumir alcohol variaba de un estado a otro, y algunos estados permitían el consumo a partir de los 18 años.
Aunque la industria del alcohol suele oponerse, muchas de estas políticas y regulaciones son relativamente fáciles de aplicar. Sin embargo,, las políticas para el control del alcohol en Estados Unidos han ido en declive en las últimas décadas, y muchos estados han optado por privatizar la venta de alcohol, en oposición directa a lo que expertos saben que puede reducir los daños relacionados con el alcohol. La privatización, que elimina los monopolios estatales sobre las ventas de alcohol, aumenta enormemente las ventas y el consumo de alcohol per cápita.
Aunque el alcohol desempeña un papel fundamental en la cultura estadounidense, las indiscutibles consecuencias adversas de su consumo hacen que, en mi opinión, no sea prudente recomendarlo como una manera para mejorar la salud y el bienestar. Desde mi punto vista, las pequeñas reducciones de las enfermedades cardiovasculares que se relacionan con los niveles bajos de consumo difícilmente contrarrestan los considerables perjuicios del alcohol para la salud individual y de la población.
Christina Mair recibe financiación de los Institutos Nacionales de Salud y del Instituto Nacional sobre el Abuso de Alcohol y el Alcoholismo.