El Consejo de Europa -el viejo organismo paneuropeo compuesto y financiado por 47 Estados del Viejo Continente, la práctica totalidad- acaba de perpetrar uno de sus disparates más sonados, con la campaña publicitaria en favor de la no discriminación de las musulmanas que portan el velo islámico (hiyab), una práctica prohibida en las escuelas públicas francesas y cada vez más contestada en otros países occidentales. El lema de los carteles -‘La belleza de la diversidad’, con una alusión directa al velo femenino musulmán- es una concesión abierta a Turquía y a los poquísimos miembros del organismo con sede en Estrasburgo (Francia) con mayoría de población musulmana. Habría sido imposible sin la colaboración o complicidad de gobiernos y oenegés izquierdistas, que relacionan la hostilidad hacia el hiyab con el auge de los partidos de extrema derecha en Europa.
La premisa de que el uso del velo por parte de la mujer musulmana es ‘una opción personal y libre’ es completamente falsa en la mayoría de los países musulmanes -que albergan a la mayor parte de los 1.700 millones de mahometanos- y falaz en los países donde son una minoría. Portar el velo es una obligación religiosa para la musulmana, y en ella participa no solo su voluntad sino también la de su entorno familiar, que le impele a hacerlo. En los países con un régimen político islamista tiene además fuerza de ley, y conlleva multas y penas de prisión.
El uso del velo islámico, que se extiende entre las niñas y mujeres de los millones de musulmanes europeos para subrayar su identidad, es una causa aparentemente nimia que esconde mucha dinamita. Para los activistas radicales del islam, la prenda femenina musulmana es un símbolo religioso (como el crucifijo cristiano), que debe ser aceptado en Occidente en virtud de la libertad de creencias.
Algunos estudiosos del islam -una minoría- discrepan del carácter religioso del velo. Se trata, para ellos, de una vieja costumbre de las poblaciones árabes, más propia de las zonas rurales que de las grandes urbes, y no de una exigencia del Corán.
La mayoría de los gobiernos occidentales se separan también de la visión religiosa del velo. Las normas actualmente vigentes, y la avalancha de las que están en barbecho, van dirigidas a asegurar que la prenda femenina musulmana no suponga un obstáculo para la integración de las niñas y mujeres musulmanas en las sociedades occidentales (todos los estudios coinciden en que el hiyab segrega a las niñas en las aulas). También pretenden hacer respetar las reglas de identificación de los ciudadanos en lugares públicos, imposibles con las versiones más radicales del velo como el «burka» y el «niqab».
La contienda entre los propios musulmanes sobre la obligación del velo femenino es antigua. Según algunos, Mahoma la estableció para sus mujeres, turbado al ver cómo flirteaban con hombres que venían a ver al profeta. De la obligación inicial para las esposas de Mahoma se habría pasado a la de las mujeres de «los creyentes» si se sigue literalmente el versículo 59 de la sura de los Partidos, en el Corán: «¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas, a las mujeres de los creyentes, que se ciñan los velos. Ése es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no sean molestadas».
Algunos estudiosos opinan que la obligación se limitó a las mujeres del profeta y no se aplicaba, ya en tiempos de Mahoma, a las otras. De hecho las «musfirat», las mujeres descubiertas, abundaban entonces. Lo que empezó como costumbre tendió a sacralizarse con el tiempo, como ocurre con muchos otros aspectos del Corán –donde es difícil encontrar la frontera entre los sagrado y lo profano–; pero nunca llegó a tener la fuerza que hoy tiene gracias al auge del islamismo, y a la falta de alternativas políticas a ese movimiento en el mundo musulmán.