Van transcurriendo las horas y las posiciones apenas se mueven en el flanco de la izquierda lusa, de manera que hoy por la tarde puede desatarse una crisis política sin precedentes en Portugal. Nunca antes en los 47 años de democracia, que van desde la Revolución de los Claveles hasta hoy, habían caído unos Presupuestos Generales y ahora la ocasión pinta de este color oscuro.
Al Gobierno socialista solo le separan ocho votos de lograr la aprobación definitiva, pero esa escasa distancia se antoja casi insalvable. Sí, porque sus anteriores socios tienen todas las papeletas de dejar a Antonio Costa a los pies de los caballos. Ni el Bloco de Esquerda (similar a Unidas Podemos) ni los comunistas se muestran dispuestos a evitar el descalabro de sus excompañeros en aquel invento artificial que se llamó ‘geringonça’ (que no coalición) entre 2015 y 2019.
El abismo aguarda si la propuesta es rechazada porque los dos siguientes pasos serían: que el presidente de la República, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa, disolvería el Parlamento y que la única solución sería la convocatoria de elecciones anticipadas, probablemente el próximo mes de enero.
El esquema está, por tanto, perfilado, pero al Partido Socialista no se le escapa que tal vez se abra la puerta de su despedida del poder, el mismo que ocupa desde que una moción de censura tumbó a Passos Coelho en diciembre de 2015. Quién les iba a decir entonces lo que el futuro les depararía, tal cual se ve en esta segunda legislatura consecutiva llena de vaivenes y abocada a la inestabilidad.
Tensión con los comunistas
Las declaraciones echan chispas en vísperas de la hora de la verdad. El primer ministro ha dejado claro que, incluso aunque se confirme el rechazo a los Presupuestos Generales del Estado de 2022, no piensa dimitir. Por su parte, la líder del Bloco, Catarina Martins, advierte: «Si no se aprueban, es porque no quieren». Además, se atreve a lanzar un dardo envenenado que refleja la turbulenta relación entre los dos partidos últimamente: «Tal vez hasta deseaban esta crisis política».
No es menor en absoluto la tensión con los comunistas de Jerónimo de Sousa, sin duda los más ortodoxos de la Unión Europea. Nada extraño si tenemos en cuenta que son capaces de alinearse con sus «hermanos» de Corea del Norte sin pestañear.
Costa no ha dudado en contratacar diciendo que apela a «la responsabilidad» del Bloco de Esquerda y del Partido Comunista, en un intento desesperado de quitarse (al menos parcialmente) la presión de encima. Pero parece demasiado tarde para alivios rápidos y precipitados.
Ascenso del PSD
Las sesiones parlamentarias de ayer y de hoy por mañana se han dedicado a intercambiar puntos de vista sobre el tablero desplegado, mientras que por la tarde llega la votación, cargada de unas crecientes expectativas, posiblemente como pocas veces en los meses y años previos.
La situación está alcanzando unos límites insospechados, lo cual se masca como la antesala de una vorágine política que puede llevar a los socialistas a confrontarse con una sorpresa mayúscula, sobre todo viendo el progresivo ascenso del principal partido de la oposición, el PSD, que ha de elegir a su nuevo rostro visible el próximo 4 de diciembre, quizá demasiado encima de la fecha de los comicios.
Así lo han decretado los caprichos del destino, que van dando vueltas y vueltas en esta semana decisiva para Portugal, pues los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir a sus representantes en la cámara legislativa en un momento crucial. Por si acaso, Antonio Costa ya ha dejado claro que el candidato del PS no será otro que él, entre otras razones porque no se ha fraguado una figura que le plante cara. El exalcalde de Lisboa, Fernando Medina, se perfilaría como el mejor preparado en la parrilla de salida, pero todavía no parece ha dado el salto a la política nacional.
De modo que las dos formaciones más determinantes del panorama luso llegan con el paso cambiado y un mar de dudas a sus espaldas. Los socialistas aferrándose a Antonio Costa porque no les queda más remedio y los conservadores del PSD tratando de acelerar el clima interno para que las primarias dentro de cinco semanas sean paradigmáticas de un flamante ciclo político a lomos de los emergentes Paulo Rangel y Carlos Moedas, todo un símbolo este último de que «es posible derrotar al socialismo», como manifestó a este diario hace solo 15 días.
Como último recurso, el actual primer ministro puso sobre la mesa la eventualidad de que Catarina Martins le eche un cable absteniéndose en la votación con el fin de salvar al Gobierno y de esquivar las curvas.
El caso es que el panorama se ha encharcado de tal manera que, si ocurriera el ‘milagro’ de frenar la crisis, el gabinete de Costa quedaría igualmente tocado porque la inestabilidad ya ha quedado al descubierto, sin fuerza para salvar los muebles debido a la fragilidad que los mismos socialistas se han buscado.
Y eso que el planeta mediático le respalda con amplia mayoría (desfachatez incluida), como demuestra el hecho de que hasta el director de informativos de la cadena privada SIC Noticias sea su propio hermano, Ricardo Costa.