En medio del aislamiento internacional que sufre el régimen del dictador bielorruso, Alexánder Lukashenko, el presidente ruso, Vladímir Putin, ha decidido apuntalar a su vecino con el desarrollo de 28 programas de integración económica, política y energética. Se pretende así compensar las sanciones adoptadas contra Bielorrusia por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países occidentales a fin de impedir la caída de Lukashenko, aunque a cambio de perder soberanía en favor de Rusia
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Después de más de tres horas de conversaciones con su homólogo bielorruso, Putin anunció en la rueda de prensa conjunta celebrada el jueves por la noche que los 28 programas de integración acordados prevén «la unificación de las legislaciones rusa y bielorrusa en distintos sectores económicos», entre ellos el bancario y el energético. A este respecto, el jefe del Kremlin aseguró que «antes de 2023 tendremos un mercado del gas unificado».
Putin habló también de «una política industrial y agrícola común» para los dos países, así como de una red de transportes y de telefonía perfectamente conectadas, comenzando por el restablecimiento de las conexiones aéreas y la eliminación del ‘roaming’.
Plan para la unificación de las monedas
El presidente ruso dijo que los 28 programas consensuados se refieren también a la futura «unificación de las monedas, a la implantación de un sistema integrado de administración de impuestos indirectos y a la lucha contra el terrorismo».
Sin embargo, la presidenta del Banco Central de Rusia, Elvira Nabiúllina, ha advertido que «la creación de una moneda única para ambos estados es aún prematura». Putin admitió además que, aunque entre los objetivos está la creación de un Parlamento conjunto para ambos países, «hará falta antes crear una base económica y avanzar en las cuestiones de ámbito político (…) para dotarnos de un Parlamento común se necesitará todavía crecer».
El diputado ruso Leonid Kaláshnikov estima que la creación de un parlamento fruto de la unión entre Rusia y Bielorrusia «podría llevar alrededor de un año y medio». Lukashenko, por su parte, descartó por el momento la fusión de ambos países. La primera reunión del Consejo de Ministros «unificado» tuvo lugar ya este viernes presidido por los primeros ministros de Rusia y Bielorrusia, Mijaíl Mishustin y Dmitri Mezéntsev.
Según explicó Putin, Moscú concederá a Minsk un nuevo crédito a entregar en 2022 por valor de unos 600 millones de euros. Por otro lado, de acuerdo con lo anunciado por el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, el presidente de Rusia efectuará una visita a Bielorrusia este otoño en fecha aún sin determinar. Los cinco encuentros celebrados en lo que va de 2021 han tenido lugar todos en Rusia, en Moscú, Sochi y San Petersburgo.
Este viernes, también en el marco de los acuerdos consensuados, Rusia y Bielorrusia han comenzado una maniobras militares conjuntas, los ejercicios Západ 2021, llamados a lanzar una advertencia a la OTAN y más en particular a Polonia y Lituania, países ambos que luchan por evitar el flujo de inmigración ilegal procedente de Irak y Afganistán, que Lukashenko propicia a través de su territorio. Según el Ministerio de Defensa ruso, en las maniobras participan «unos 200.000 militares, mas de 80 aviones y helicópteros, 760 vehículos blindados, de ellos 290 tanques y 15 navíos».
En busca del Estado Unitario
La creación de un Estado Unitario ruso-bielorruso es una cuestión que viene aplazándose una y otra vez desde 1999. De culminarse, sería una anexión encubierta de Bielorrusia. Los objetivos que parece perseguir Putin, aprovechando la actual debilidad de Lukashenko, son de índole fundamentalmente militar, ya que controlaría el corredor que conduce a Polonia dejando al norte a las repúblicas bálticas y con Ucrania en la parte sur. Todos ellos miembros de la OTAN o afines.
La ventaja para el Kremlin sería no sólo estratégica, sino de imagen ante su propia población al mostrar que Rusia dominaría Crimea, el este de Ucrania, parte de Georgia y Bielorrusia. Las ventajas o contrapartidas para Minsk van a ser económicas, comerciales, acceso a créditos, refinanciación de la deuda, además de petróleo y gas baratos.
Lukashenko, el promotor inicial de la unión ruso-bielorrusa, le dio después la espalda a Moscú, hasta el punto de que en Rusia fueron muchos los que creyeron que el proyecto no era más que una estratagema para obtener prebendas sin la menor intención de ceder soberanía.
Lukashenko y el predecesor de Putin, Borís Yeltsin, rubricaron pomposamente en el Kremlin, el 8 de diciembre de 1999, el acuerdo para la creación de un estado unitario, que era el cuarto documento tras tres intentos anteriores que no fructificaron. Preveía la creación de una estructura confederal con una misma política económica y de defensa con una moneda única.
Pero el plan quedó inconcluso. Eso sí, con algunos avances. Tomando como referente la Unión Europea, crearon un espacio económico común y eliminaron los controles fronterizos y aduaneros, que después terminaron restableciéndose. Moscú, no obstante, impuso un embargo a algunos productos bielorrusos -a la carne por ejemplo-, no quiso bajar el precio del petróleo y del gas, y tampoco reestructurar su deuda.
Varios factores habían degradado en los últimos años las relaciones entre los dos países: el rechazo del presidente bielorruso a privatizar sus empresas estatales a favor de corporaciones rusas, la negativa a reconocer a Crimea como territorio ruso, el acercamiento de Minsk a Occidente y, como consecuencia de ello, la eliminación del visado para los ciudadanos de la Unión Europea y Estados Unidos en visitas cortas a Bielorrusia. Rusia acusó además repetidamente a Lukashenko de beneficiarse de las sanciones de Moscú a la UE, utilizando las ventajas de la zona de libre comercio con Rusia para convertirse en lugar de tránsito de las mercancías vetadas.